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Pero como sabemos, la santidad no es, en modo alguno, una condición natural del ser humano. La pureza de las intenciones y los actos, la bondad, son posibles solo parcialmente, solo vistos desde una perspectiva particular que al cambiarse revelan esas máculas que los relatos hagiográficos prefieren pasar por alto.
En el caso de la Madre Teresa, los críticos se han enfocado sobre todo en dos aspectos: por un lado, el manejo financiero de las instituciones que presidía o con las cuales estaba asociada; en segundo lugar, la función política que desempeñó en ciertos procesos sociales al defender la idea de que el sufrimiento es una condición de beatitud en la medida en que acerca al sufriente a Cristo, plegándose así a ese carácter pasivo de la doctrina cristiana y católica que tácitamente llama a mantenerse en la condición de miseria y no hacer nada por revertirla porque todo ese sufrimiento será compensado en la vida ultraterrena.
Recientemente tres investigadores de la Universidad de Montreal —Serge Larivée, Carole Sénéchal y Geneviève Chénard—, han arremetido de nuevo contra el personaje en un artículo publicado en la revista académica Studies in Religion/Sciences religieuses, en el cual sostiene que la pretendida santidad de la Madre Teresa no es sino una construcción mediática que, fuera de este ámbito, el de los medios, se revela insostenible.
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“Su manera de curar las enfermedades, sus contactos políticos dudosos, su curiosa gestión de las sumas de dinero astronómicas que recibía y un dogmatismo excesivo sobre todo al respecto del aborto, la anticoncepción y el divorcio”, escriben los investigadores, señalando los ámbitos de la vida y obra de la mujer que podrían pasar por el filtro de la revisión y la reflexión antes de aceptar sin objeciones su bondad ilimitada.
Como decíamos antes, la Madre Teresa se caracterizó ideológicamente por enaltecer el sufrimiento, por impedir que se impidiera, por predicar que los enfermos debían sufrir como Cristo sufrió en la cruz. Por este mandato muchísimas personas sufrieron y aun murieron sin recibir los paliativos mínimos que aliviaran su dolor. En contraste, cuando ella misma necesito de analgésicos y medicamentos afines, no tuvo reparos en aceptarlos cuando recibía atención en un hospital estadounidense.
En cuanto a las relaciones políticas, destaca la aceptación de la Legión de Honor por parte del régimen de los Duvalier en Haití, una de las dictaduras más crueles que ha sufrido este país o su cercanía con Ronald Reagan (uno de los presidentes más conservadores en la historia de Estados Unidos), detalles que revela la poca congruencia política en sentido amplio que la mujer tuvo en vida, la cual también quedó de manifiesto en la poca transparencia con que manejó las finanzas de sus organizaciones.
Por último, Larivée y compañía recalan en el ensalzamiento mediático de que gozó la Madre Teresa desde finales de los años 60, cuando se puso un marcha una promoción que algunos califican de excesiva en torno a la misionera, el cual encontraría su primer pico en la concesión del Premio Nobel de la Paz, su segundo en su alianza con la princesa Diana de Gales y el tercero, post mórtem, cuando El Vaticano se adelantó a los cinco años que usualmente se dejan pasar antes de comenzar el proceso de beatificación de una persona, el cual comenzó en su caso en 1997, el mismo de su muerte. En 2003 se le declaró beata a partir del supuesto milagro realizado por su mediación en una mujer que padecía cáncer (o un intenso dolor abdominal).
La conclusión de los investigadores es que el mito de la Madre Teresa ha generado el efecto claramente identificable, positivo en ciertos aspectos, que sin embargo disimula o francamente oculta facetas de la labor de la misionera que también deberían difundirse.