Ya no se trata de que la realidad imite al arte o de que, por el contrario, supere a la ficción; en los últimos años la ciencia y la ficción han comenzado a avanzar codo a codo, y esta nueva alianza comienza a dar sus frutos. Un ejemplo extraordinario es el de la producción de Interstellar (2014), la película de Christopher Nolan, en la que la Humanidad se ve obligada a buscar un planeta alternativo para sobrevivir, dado el deterioro del ecosistema terrestre; para poder desarrollar la trama de una manera verosímil, ha participado del guion el notable astrofísico Kip Thorne, quien accedió a nuevos descubrimientos científicos derivados de este trabajo. La película se basa en el planteo de que tarde o temprano la humanidad deberá desarrollar una misión “no para salvar el mundo, sino para abandonarlo”. En ese caso, se estima que existen al menos 8.800 millones de planetas potencialmente habitables. Claro que están demasiado lejos; para resolver el problema de la distancia, Nolan y Thorne recurrieron a la hipótesis del “agujero de gusano”, atajo cósmico que está presente en la Teoría de la Relatividad General de Einstein. El agujero de gusano por el que los astronautas de Inerstellar pasan de una galaxia a otra en un instante, está basado en cálculos matemáticos reales elaborados por Thorne. El agujero llamado Gargantúa es una invención de la película que reviste gran valor científico; se trata de un sumidero cósmico supermasivo, resultante de un año entero de cálculos y simulaciones informáticas realizadas por un equipo de 30 personas y miles de ordenadores. Gargantúa es, actualmente, la recreación más realista jamás lograda de un agujero negro hasta la fecha. ¿Ciencia ficción? Ciencia y ficción.
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