—Si tan comunista eres por qué tienes tantos microchips —le contesta el otro, sumido en lo que, por el tono, parece ser una disputa por la razón.
—Yo no soy ni comunista, ni capitalista, ni ateo, ni creyente: soy librepensador.
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—Es que los funcionarios no hacen nada, están todo el día desayunando —replica la voz metálica.
—¿Y para cuándo un día del orgullo hetero?
—¿No serás homófogo?
—Se dice homófoBO. Y no soy homófobo, porque tengo un amigo gay.
Uno de los científicos pregunta en voz alta si lo que acaban de presenciar es una corrección en el lenguaje. Los demás asienten con la cabeza sin creérselo del todo.
A uno de ellos se le escapa una lágrima: no sólo han inventado su propio lenguaje a través de aquello que absorben de los intercambios humanos en la plataforma virtual, sino que hasta pueden equivocarse, reprenderse, corregirse…. “¿ser idiotas?”, se dice en voz baja otro de los técnicos presentes.
—Los gays están bien. Lo que no soporto es a las feminazis.
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Saltan chispas de las articulaciones de uno de los robots.
Un ruido metálico martillea los oídos de los especialistas.
Confusión.
Explosiones rojas.
Pánico en la sala.
Y, al final, una mano valiente arranca el cableado y destruye los sistemas para siempre.